No es que haya dejado de interesar o importar a todo el mundo (...que se me perdone este lacerante alarde de egocentrismo...)... Pero la inercia de mis propios acontecimientos y actitudes han generado distancia, frialdad, desapego, desubicación.
Hago acopio de retrospectivas y me avergüenza rememorar reacciones mías ante actitudes desconcertantes, contrarias o discrepantes... Por ofensivas que fueran algunas, no debería haberme sentido tocado, herido o provocado por ellas. Di poder a errores ajenos y convertí en exabrupto emocional mi respuesta justiciera.
Ejemplos tengo a patadas... Un recuerdo lejano es el vivido en una residencia de estudiantes donde la convivencia resultaba difícil al arremolinarnos 16 almas ávidas de labrarse un futuro a través de nuestras carreras universitarias y en la que yo cumplía un papel de mediador para encontrar cierto equilibrio y respeto entre todos. Sin embargo, en mi afán de hacer valer el cumplimiento de ciertas reglas que obligasen a mantener el silencio en horas de obligado estudio o descanso, llamé imbécil a un compañero. Su reacción llena de dignidad fue echarme en cara mi insulto y, tras cierto forcejeo verbal, decidí acercarme a su lugar de estudio, tenderle la mano, perdirle perdón y admitir que el único imbécil fui yo por llamarle así.
En 2015, tras ganar nuevamente las elecciones andaluzas el partido que tantos años llevaba gobernando, la madre de un compañero de uno de mis hijos insultó a los andaluces por volver a votar al aludido partido. Yo llevaba años soportando los despotricamientos de esta mujer en forma de ataques xenófobos, racistas, homófobos a otras personas, incluso menores de edad... pero siempre fui cobarde o excesivamente prudente... Jamás la puse en su sitio o la hice entrar en razón. Y fue ese día posterior a la victoria de su enemigo político cuando me dio por reprocharme su falta de respeto hacia quienes no piensan como ella. Rápidamente me identificó como un partidario del partido que ella deploraba, pero le tuve que aclarar que yo nunca había votado a ese partido, ni siquiera en esas últimas elecciones. Sin embargo, sí que conocía a buenas personas que habían ejercido su voto de forma libre y respetable en favor del mismo... Las consecuencias de aquel enfrentamiento fue una inquina de esta señora hacia mí que sea olía a leguas. No puedo pretender ser amigo de todo el mundo, pero tampoco me hace feliz que me detesten.
En 2022, un amigo perruno 21 años mayor que yo me llamó terrorista por darle mi opinión sobre la pena de muerte y decirle que no la admito tanto si se pretendiera aplicar a un etarra como a un nazi. Al confesarme él que estaba a favor de la pena de muerte contra etarras, le hice ver que entonces él mismo debería justificar el mismo castigo para un guardia civil que asesinó a una mujer por racismo. Al ver que su respuesta fue negativa, le respondí que tanto un acto como otro son terrorismo. Tras percibir su reacción como ofensiva al lanzarme el citado insulto, no tuve otra respuesta que afearle su falta de respeto. Consecuencias: silencio, desánimo, distanciamiento que duró meses... Pero por fortuna, el tiempo en este caso curó nuestras sensibilidades enfrentadas y recuperamos nuestra cordial relación.
Ayer, 4 de julio de 2024, tras levantarme temprano para estudiar un poco las oposiciones y sacar a pasear a Yako, tenía mi programa de comida y de lavadora y pretendía hallar hueco para mi rutinaria y poco alentadora visita al gimnasio. Pero una pragmática visita de mi mujer al mercado de abastos de Las Palmeritas, tras acudir a entregar unas pruebas en el centro de salud, supuso que trajera un buen surtido de pescado fresco: atún rojo, chipirones y boquerones. Debería alegrarme, ¿verdad? Pues no. Congelé el atún por un lado y los chipirones por otro. Pero el kilo de boquerones no me parecía susceptible de correr la misma suerte que sus compañeros de la cesta de la compra ya que estaban enteros. Es decir, me decidí a limpiarlos con el tiempo y dedicación que ello supone... No lo puedo evitar: me da mucho coraje limpiar pescado, no porque me dé asco, sino porque se pierde mucho tiempo cortando cabezas, colas, destripando... Y qué decir en el caso de los boquerones. Pero... ¿Qué pretendo si soy amo de casa y se supone que debo mantener el equilibrio alimentario en mi hogar para mi familia? ... Me puse tenso con Macarena... Ella lógicamente lo notó... Está hasta arriba de obligaciones profesionales más las que asume como personales y familiares (su padre, su madre, el trabajo o la educación y formación de nuestros hijos...). Y encima tiene que enfrentarse a los momentos de displicencia de su marido... Decidí terminar mi faena, dejar preparado el almuerzo para mi mujer y mis hijos (gazpacho y pescado al horno) y hacer mi ruta por el gimnasio en una hora de fuerte calor (más de 40°)... Pero necesitaba despejarme ¿por tan poco?... Sí, lo necesitaba. Almorcé sobre las 17:00 y no noté atisbo de mejoría en el ambiente respirable doméstico el resto del día. Todo por la forma en que me tomo a veces las cosas y las tóxicas sinergias que ellos genera. Ese vaso de agua que me parece una playa con fuerte oleaje algún día debería perder su condición asfixiante y ser aprovechado para tomar conciencia de lo afortunado que soy.
Esta mañana acompañé a mi mujer hasta la puerta cuando se marchaba a trabajar y le di un abrazo...