jueves, 18 de febrero de 2021

Mi yo fantasma rancio del pasado y aquel ángel con el que jamás hablé

    Hace un par de días, envié un mensaje privado a un antiguo compañero del colegio que se gana la vida como ingeniero en una empresa automovilística y además es escritor de novelas habiendo publicado siete hasta el momento. 

    Salvador y yo jamás cruzamos una palabra en el tiempo que fuimos compañeros hace cuarenta años. Era un chaval callado y ceñudo, al menos conmigo... Quizás yo también con él, pero no recuerdo que en algún momento de aquella época hubiera tenido algún sentimiento negativo hacia él o algún mal gesto que le hiciera despertar algún tipo de recelo hacia mí. Simplemente compartíamos el mismo espacio escolar sin mayor trascendencia.

    Las circunstancias que las RR.SS. facilitan han provocado que compartamos otro tipo de espacio, el virtual, pero con una considerable carga de respeto y simpatía, pues aunque no sea empalagoso ni frecuente el trato, sí que es cierto que es abismal al ponerlo en comparación con la inexistencia de intercambio de palabras de los años 1979-1985.

    El mensaje enviado a Salvador el lunes 15 de febrero llevaba la simple intención de advertirle de un supuesto despiste en el post que él acababa de publicar en "feisbuk". No hubo mayor problema y mi antiguo compañero de Claret lo agradeció y rectificó el leve error que había cometido al referirse al mote del profesor de Filosofía que teníamos en C.O.U. sobre el que, aprovechando la oportunidad que el chat nos brindaba para cambiar impresiones, hablamos brevemente en relación con sus virtudes pedagógicas y defectos personales como docente.

    La conversación derivó por derroteros que empezaron a pringarse de incómodos recuerdos míos provocados por el impacto que supuso para mí entrar en el colegio Claret y en la sociedad sevillana. Me venía bien hacer balance memorístico de aquella experiencia, apoyado por la perspectiva (para mí, totalmente desconocida) de mi compañero Salvador quien, a cierta altura de la conversación, agitó mi alma con una confesión: yo no le caía bien.

    Reír fue mi primera reacción ante tan sincera declaración, pues asumo que no caía bien a varios por ser yo un poco raro y taciturno, por timidez quizás, ya que era nuevo y no me sentía precisamente muy integrado... Sin embargo, "Joder" fue una de las expresiones que esbocé cuando Salva me dijo "Tú llegaste de Melilla y traías unas ideas políticas que no me gustaban", añadiendo a continuación: "Un día hiciste un comentario muy hiriente y me provocó un gran rechazo" ...

    Caí en milésimas de segundo en un repentino pero sorprendentemente suave y paradójico estado de "shock". Mi reacción inmediata fue disculparme pese a la enorme cantidad de años transcurridos y lamentar ser un engreído gilipollas.

    Le pedí que, por favor, me dijera qué había dicho para provocar semejante rechazo y si otras personas se habían visto afectadas... Salvador respondió que no lo recordaba bien y que recordaba más la sensación que la frase, por lo que no quería decirme cosas que no fueran verdad.

    Tengo fama de justificarme demasiado y esta ocasión no iba a ser menos para mantener aquella, por lo que le expliqué que, cuando vine a Sevilla y entrar en el Claret, me sentí desbordado por la ciudad, el colegio y el carácter sevillano... Quizás arrastrase un sentimiento de inferioridad que me hizo mostrar esa cara soberbia y aparentar algo que realmente no era... Le aseguré que a los 16 años, dejé atrás esas ideas...

    Salvador me dijo que a esa edad se le perdona todo a un chaval y que "ese tiempo pasó, tú aprendiste y ahora eres una persona que transmite bondad".

    Salvador es homosexual. Nunca lo pensé, nunca lo imaginé... No crucé palabra alguna con él durante el tiempo que compartimos clase en los cursos 7º y 8º de E.G.B.... Pero no me extrañé cuando supe por sus declaraciones en su biografía de "Feisbuk" que lleva años compartiendo su vida con un hombre bueno y que le respeta y le hace feliz y que curiosamente coincide en apodo hipocorístico con el mío actual: Fran

    Ignoro cuál fue aquel desafortunado comentario mío que hirió a Salva y que tan mala imagen cedió de mí. A toro pasado, no me importa tanto mi mala reputación como el daño causado. Pero si fue una frase o un pensamiento atacando la condición sexual de alguien, no fue proferida contra él. 

    Removiendo a duras penas en escuálidos momentos de aquella etapa, solo recuerdo haber faltado al respeto en ese sentido a un compañero que se llamaba Amodeo y fue mientras jugábamos un partido de fútbol. No sé si a oídos de Salvador llegó semejante episodio o fue otro que yo no recuerdo. El caso es que no ha querido pronunciarse y no es cuestión de acosarle con algo ya pasado aunque no olvidado. Agradezco su sinceridad y también es cierto que me habría gustado haber puesto algo de paz en su momento, pero posiblemente no era fácil.

    Salvador es un escritor excepcional. Estoy leyendo su séptima novela, "Nunca sabrás quién fui", y compruebo admirado que nada tiene que envidiar a los autores y a las autoras de los mejores libros que he leído. Salvador es puro sentimiento, estilo y elegancia. 

    Yo he llegado muy tarde a su universo literario, pues ya le confesé hace unos meses por privado que he perdido el gusto por los libros y mi ritmo como lector ha decaído estrepitosamente en favor de otros quehaceres y pasiones: mis tareas domésticas, mi familia, mi perro Yako y la música. Pero, pese a no ser un experto literario, considero que es un escritor genial y muy interesante.

    Añadamos a su calidad como escritor, su don personal como pensador y ser reflexivo. Sus diarias publicaciones en Facebook (ya dejaré por hoy de decir despectivamente "feisbuk") dan fe de sus dotes humanísticas y rabiosamente amenas y atractivas. No tienen desperdicio sus breves y penetrantes relatos vespertinos.

    Ayer noche acudí con Macarena a una misa por la pérdida hace tres meses de un compañero y amigo de Claret. No pudimos ir a su funeral el 24 de octubre del recién acabado 2020 porque mi mujer y yo dimos positivo en Covid-19. El reencuentro lógico con otros compañeros y compañeras terminó con una cordial despedida y ofrecimos a uno de nuestros amigos, Jose Galdón, llevarle a casa pues vive cerca de nuestro barrio. Tras separarse de su mujer, Jose vive actualmente con su anciana madre. Nos reímos cuando nos contó que esta es un poco "rojilla" ya que ve "La Sexta" en lugar de otras clásicas y retrógradas cadenas de televisión. 

    Recordé a Jose que me hizo gracia cuando me comentó que su madre le "riñó" por no acordarse de mí y no invitarme a su boda con Carmen Gema... Aquello fue gracioso pues un despiste así casi es imperdonable, pero ya le dije en su momento que para mí no tenía importancia ni para Macarena tampoco. Llevábamos algunos años casados y hay cosas peores... Pero el modo de recordárselo anoche, saliendo él ya del coche, me dejó un extraño resquemor lleno de duda que me hizo ponerle un mensaje de disculpa antes de acostarme. Jose no se lo tomó mal, pero le dije que a veces soy un cretino, a lo que él respondió riendo que nos estamos haciendo unos "viejos quisquillosos". Le hice ver que yo en cierto modo siempre lo he sido y prueba de ello es que, un par de días antes, un antiguo compañero del Claret, con el que jamás había hablado en persona, me hizo una "confesión" después de cuarenta años. No quise contarle nada (por respeto a la privacidad) de qué se trataba y menos por escrito. 

    Simplemente, sigo siendo consciente de que aún estoy en proceso de mejora, no de construcción, pues a punto de cumplir 54 años, difícilmente puedo aspirar a convertirme en otro ser. 

    Sigo siendo impertinente con los que conozco, pero al menos tengo la oportunidad de confirmar mi acto o bien anularlo o matizarlo con ellos y ellas.

    Pero, ¿a cuántos y a cuántas habré lanzado dardos, inconsciente de su veneno, como hice con Salvador?

      

martes, 16 de febrero de 2021

La "Reconquista"

    El amor no existe... O bien, deja de existir. Es algo constatado científicamente: "es imposible estar diez años enamorado de la misma persona pues quien esté tanto tiempo enamorado o se vuelve loco o muere de un infarto". 

    Recuerdo que hace unos catorce años, una compañera nueva nos preguntaba a una veterana y a mí si el amor se mantiene con el paso de los años. Verónica se sentía enamorada de su pareja y ya empezaba a plantearse esa cuestión antes de la cuenta. Fui yo quien quizás, en ese contexto, se precipitó respondiéndole que "esa nube acaba desapareciendo", pero fue nuestra compañera Eva quien matizó diciendo que "la nube no desaparece sino que se transforma". A Verónica le tranquilizó tal aseveración. A mí me convenció la dulzura y amabilidad de su descripción.

    La elegante explicación de Eva, aparentemente muy acertada, no era infalible pues el amor tal vez no desaparezca del todo, pero deja de ser pleno: de representar un 100% el primer año puede pasar a un 5% en el décimo. El amor no se diluye absolutamente, pero se convierte en el "querer", pasa al estadio del cariño y del aprecio.

    Sin poder o saber evitarlo, empezamos a construir un círculo vicioso que va agrandándose tenazmente. Las tensiones se dan esporádicamente al principio para pasar a ser algo recurrente más tarde llegando a palparse como algo insostenible y desagradable casi a cada instante.

    No se puede cambiar el carácter, la naturaleza de la persona, pero sí el círculo vicioso, la cadena de normalidad. ¿Cómo?:
 
        1º) Aceptando el uno al otro
    
        2º) Si soy más amable, ella también lo será
    
        3º) El círculo de convivencia se volverá mejor.

    Ella me lo viene diciendo hace tiempo: estoy a la defensiva, como no soportando lo que dice, sintiéndome atacado, sacando las uñas...

    Mi pensamiento debe ser:

        A) Ella es como es... Ella es así

        B) Ella no lo hace con maldad

    Es la aceptación "lo que nos puede salvar". No es suficiente con saber cómo es ella y conocerla, sino que hay que aceptarla. Es la mejora manera de lograr que todo sea más fácil, que la convivencia deje de ser tan dura o tan desagradable...



   


domingo, 7 de febrero de 2021

Marmota quemante

     ¿Qué nos ha llevado a aguantarnos durante 25 años de convivencia bajo el mismo techo? ¿La ilusión de un proyecto en común? ¿La ruptura de ataduras a las rancias tradiciones? ¿O acaso no siguen estas presentes en gran medida? ... Ataduras psicológicas, no solo próximas en presencialidad... 

     ¿Quizás lo que nos llevó fue la búsqueda del crecimiento de la familia? ¿La apabullante novedad de cada hijo y sus vitalmente queridos e inevitables crecimiento y crianza? ...

      Durante años, he vivido por y para mi familia... Mi mujer era lo más grande, lo insustituible, lo inigualable e incuestionable... Vinieron ellos y pasaron al primer plano de la preocupación y del amor... y de la involucración.

      Las vidas avanzan y con ellas surgen y crecen las dificultades. Las necesidades básicas de aliento, cariño, higiene, alimentación, educación, formación, etc. se transforman en pilares más complicados donde las exigencias de cada cual evidencian claras discrepancias... Para mí, ellos han superado una fuerte prueba de crecimiento personal y se enfrentan con relativa madurez al difícil cometido de hallar una fuente de sustento gracias a la poca o mucha autonomía adquirida...  A los ojos de su madre, el esfuerzo solo pertenece a ella, quedando yo como un padre desentendido e irresponsable... Sin pronunciar estos calificativos, los deduzco de sus removidas entrañas instintivamente protectoras e intervencionistas... La continua alusión al "día de la marmota" es un dardo desafortunado e hiriente que ha horadado y desgastado esta relación a lo largo de bastantes años. 

     Ella aduce que, si se hubieran puesto hace muchos años unas normas sobre horarios para estudiar así como para el uso de los juegos o aplicaciones tecnológicas, su hastío emocional no sería el mismo.

     Ella lee y quiere que ellos lean... Ella estudia inglés y quiere que ellos lo estudien... Ella es ordenada y quiere que ellos lo sean... Ella NO es feliz y quiere que ellos SÍ lo sean...

     Probablemente nunca haya sido yo el compañero que debió tener a partir de cierto momento... no sé, quizás a partir de cuándo cada uno de nuestros hijos dejó la infancia atrás y empezó a acariciar etapas más complejas que demandaban una mayor atención conjunta como padre y madre... Jamás lo he sabido hacer, quizás porque crecí y acaricié las mismas etapas que mis hijos sin la atención de mis padres, atención cuya falta no les he reprochado aunque sí la he anhelado por circunstancias bien distintas.

     Me habría gustado ser mejor padre, pero no como el que añora Macarena. Me habría gustado ser un mejor padre, no amigo de mis hijos, pero sí atractivo como adulto al que acudir cuando necesitasen una ayuda, un arrimo, una atención, unas risas, un consejo, un tirón de orejas... Pero no he sabido hacerlo.

     Me esforcé por serlo acercándome, insistiendo, obligando a un cariño que no deseaban o que tal vez no necesitaran, mostrándoles la bondad de la música a través de instrumentos o de un simple reproductor, cambiando mi jornada de trabajo evitando que fuera partida para pasar a intensiva aunque fuera de lunes a sábado con tal de dedicarles más horas, llevándolos al parque, enseñándoles a jugar al fútbol pues, según su madre, "el español no sabe relacionarse si no es jugando al fútbol", apuntándolos a equipos donde jugaban como federados suponiendo ello una implicación de muchas horas de tediosa espera en sus entrenamientos diarios y en sus partidos de fin de semana con los consabidos desplazamientos en coche...

     Pero no... Mis hijos no me han necesitado de modo importante a partir de sus adolescencias principalmente. Sin embargo, han salido buenos. Digo buenos, no excelentes... lo suficientemente buenos para ir superando sus estudios y formándose sin grandes complicaciones. Tienen una casa, una familia, no les falta atención por mi parte a la hora de serles cubiertas sus necesidades de ropa limpia, alimentación. higiene en sus habitaciones y en los aseos, tienen un perro cuya incorporación a nuestra familia fue rechazada precisamente por mí llegando a conquistar los corazones de tod@s sin excepción, siendo yo quien se encarga de la mayor parte de sus atenciones con diferencia... Han tenido en mí a un padre que les ha ofrecido ayuda en los estudios y a nivel personal... 

     Ellos lo saben... Ella parece que no.

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viernes, 5 de febrero de 2021

Orden

    No necesito estímulos... Me siento vivo, estoy emocionalmente preparado para lo conocido y para lo por conocer.

    Pero quizás con lo que ya tengo, voy sobrao... No sé, la verdad

    Nooo... Seguro que estoy abierto a mucho por descubrir... Pero, ¿es justo, es pertinente, es adecuado, es razonable? ¿Es ético experimentar lo nuevo, lo desconocido...cuando hay tanto viejo y golpeador por lo que luchar, por lo que aprender, por lo que tratar de arreglar...?

   No necesito estímulos... Necesito orden, necesito paz... Quiero cerebro y corazón.