domingo, 31 de marzo de 2024

La escritura, bálsamo contra la amenaza.

         Jamás es de recibo una amenaza: hace que se gangrene un proceso de paz y lo convierte en su némesis genocida; enturbia un acto de conciliación laboral y la deteriora; crispa el ambiente en una negociación política y la corrompe; ensucia una discusión familiar por los resultados de una evaluación académica y por las displicentes maneras del huraño adolescente amargado por las presiones y que siente sufrir incomprensión...y lo hunde.

        Quienes detentamos un mínimo nivel de poder, aunque sea para manejar la correa de nuestra mascota, cometemos errores lamentables en el corto plazo al dejar escapar un gesto amenazador o proferir una frase agresiva pues causamos dolor y desquiciamiento de los nervios en la comunicación que tan necesariamente ha de ser llevada con ausencia total de emociones tóxicas o tocadas por el orgullo.

        Está mal decirlo abiertamente, pero hoy he cometido ese error con mi hijo Javier (dentro de dos meses cumplirá 18 años). No me ha gustado la forma de obviar los consejos de su madre para afrontar la superación de sus problemas con los estudios y le he conminado a permanecer en la habitación que pretendía abandonar de malos modos, dejándole constancia de que la finalidad de su madre es que no tenga problemas en el más inmediato plazo salvo que quiera fracasar tontamente y sin remedio. Al escupirme un "no me da la gana", me he levantado enérgicamente de la silla en la que estudiaba las oposiciones que recientemente he empezado a preparar para espetarle un "como me vuelvas a hablar así, te reviento"... 

        Resultado: jadeo nervioso de mi hijo en un tintineante temblor invadido por el pánico y yo diciéndole que, como se le ocurra darme la espalda y salir del salón, lo agarro por los pelos (buena pelambrera tiene al estilo de Bart Simpson pero negra)... Chillido de Macarena que nos hace torcer a ambos instintivamente el cuello para visualizar su crispado rostro... Reproche mío hacia ella del tipo "¿Has visto los problemas que provocas con tus presiones poniendo a nuestro hijo de los nervios?" ... Respuesta inesperada del adolescente Javier: "¡Ella no tiene la culpa!"... Reacción mía levantando los brazos en señal de victoria y sarcasmo sonoro: "Hombreeee...he conseguido que defiendas a tu madre", tocando al mismo tiempo las palmas... Efecto consiguiente: madre e hijo salen de la habitación y yo me limito a volver a sentarme y seguir subrayando la parte del temario que en ese momento versa sobre la libre circulación de los trabajadores por la Unión Europea... Impresentable, ¿verdad?.

           Esta vez no he sido yo quien, para restar tensión al hogar, lo ha abandonado temporalmente para cantar un par de canciones en el coche o se ha limitado a dar un despejante paseo que invite a la meditación o a la reflexión. 

           Pero sí que he dejado de centrarme en el articulado de esa parte del temario para abrir este nuevo post de mi blog en su lado más personal... 

          La escritura apacigua de un modo similar al modo en que la música amansa a las fieras... Se habla del peligro del lenguaje escrito en los wasaps o en las redes sociales, pero en este caso el lenguaje escrito sólo supone un peligro para la sinrazón y la soberbia. Constituye un bálsamo y un rincón para hacer una crónica de lo acontecido de forma agria al mismo tiempo que facilita una búsqueda intuitiva de soluciones o remedios que bullen en la sacudida mente del ser de uno mismo.

        ¿Y ahora qué? Me he tranquilizado o he puesto orden a la descripción del conflicto, pero me siento como un traidor de mi propia cesta de valores entre los que no cuentan los actos violentos ni la vehemencia como arma para contrarrestar una crisis. Posiblemente sea como cualquier cabra que tira pa'l monte. Así que menos pajaritos, Fran Patricio, y sigue aprendiendo.

        

        

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